martes, 14 de mayo de 2019

el hombre del maletín

Conocí a aquel hombre con maletín y acento ruso junto a la estación. Preguntaba por el Pasaje Doctor Serra y tras una breve e intrascendente charla decidí acompañarle, y de paso asomarme por la tienda de discos.

Pero no, un sicario no debería tener tanta suerte.

Se detuvo conmigo en la puerta unos eternos 10 minutos, mientras me confesaba que era un gran seguidor de Nick Cave, y que una vez lo vio en Berlín, y que recordaba su sombra proyectada en el lateral del escenario, que sugería ser la silueta de un enterrador. Del enterrador de la película Phantasma.

Me contó que estaba en la ciudad por un asunto importante, pero que le vendría bien saber por donde moverse. Empecé a impacientarme, así que le di mi tarjeta con la mejor sonrisa impostada que pude, alegando que tenía prisa. Nunca se me dio bien ser borde con desconocidos.

Me tendió la mano, con una sonrisa exacerbada que me provocó un escalofrío por la espalda. “Nos veremos pronto” prometió, girándose una vez más para mirarme mientras se alejaba por el pasaje. Yo me quedé inmóvil aún unos instantes.

Cuando salí de la tienda, con el vinilo de The Black Saint and the Sinner Lady de Mingus bajo el brazo, miré mi teléfono móvil. 43 whatsapps… Por un momento temí que fuera el hombre del maletín.

Pero no. Era mi informante. Confirmaba que el sujeto había llegado a la ciudad, y que anduviera con cuidado. Ya me la habían jugado tiempo atrás, y esta vez había demasiado en juego. Una vida.

Cuando vi las fotos maldije en todos los idiomas y dialectos que sabía y pude inventar. El sujeto en cuestión tenía un rostro más que conocido. Portaba un abrigo verde, y un maletín en la mano. En la tercera instantánea se observaba cómo paraba a un transeunte para realizarle una consulta. Moví los labios de modo casi imperceptible recordando las palabras “Disculpe joven ¿dónde está el pasaje Doctor Serra?”.

No, un sicario no debería tener tanta suerte.

Decidí aprovechar las últimas horas de sol para recorrer las calles adyacentes, buscando a aquel hombre desesperadamente. Sin éxito. Envié un whatsapp a mi colaborador, mostrándole mi preocupación, y me prometió que utilizaría todos sus medios para mantenerme informado.

Volví al apartamento con las primeras notas de oscuridad, por las aceras más pobladas y mirando constantemente hacia atrás. Abrí una cerveza y me tiré en el sofá. Puse a Mingus y traté de tranquilizarme, pero "Solo Dancer" no era el mejor ansiolítico.

En la oscuridad de la estancia brilló la pantalla del móvil. Cuando decidí levantarme había tres llamadas perdidas. Y un whatsapp.

“Amigo, no huyas. Te he encontrado”

La piel se me erizó, y por instinto me asomé a la ventana.

¡Maldita sea, allí estaba! Con el jodido maletín. Había venido a buscarme. Lo tuvo fácil para encontrarme. Cometí el error de darle mi tarjeta.

Pero no, un sicario no debería tener tanta suerte.

Devolví la llamada mientras le observaba desde la oscuridad de la ventana. Cogió el teléfono y empezó a reirse. Estaba borracho.

“¡Amigo!”

Nadie vio nada. El silenciador humeó en la oscuridad de mi estancia, poco antes de que se oyera el ruido seco de un cuerpo inerte golpeando contra el suelo.

No. Un sicario no debería tener tanta suerte.





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