jueves, 4 de septiembre de 2014

auditantes del mundo


 
   Todos somos auditantes del mundo sonoro. Un mundo -por una vez sí- sin fronteras y, como todo lo olvidado, eterno.
   Al principio fue el gruñido, el grito, la descarga gutural, el desfallecimiento estertóreo. La civilización se impone pero, al igual que la literatura más pura se acerca al puro enmudecimiento, la música que nos eleva se descubre como el arte de lo pre-concebido. Toda concepción implica la sacralización -o demonización, al caso dialéctico tanto da- del que concibe. La música pura se crea sin solución de continuidad. No explica: muestra. Vislumbra los territorios no-lineales, a-narrativos, de lo inexplicado. Juega a suspenderse en el vacío. Utiliza estructuras para vaciar de estructura el oído del que escucha. Flota sobre el tiempo humano, éter suspendido encima de la podredumbre carnal serializada que es nuestra existencia. Hacer y escuchar música quizá sea de las pocas salidas de este laberinto que es la vida, en el que el minotauro somos nosotros. No importa que sea por una puerta falsa.
   El mundo sólo existe por oposición al espacio infinito. Flotar en la música es la única manera de mecerse en el abismo sin miedo a abismarse.