miércoles, 30 de diciembre de 2020

no sé qué nos espera después

Celebro una nueva vuelta al sol. Aunque soy consciente de que realmente no cambia nada de un día para otro. La vida es un fluido inabarcable, por más que queramos embotellarla para hacerla bebible. Pero cada cumpleaños, sobre todo si como en mi caso coincide con el cambio de año, tiene cierta utilidad repasar un poco los últimos kilómetros caminados. Ha sido un año de cambios, de pérdidas, de alguna ganancia, de sequía de piel, y de sentirnos “el último hombre en la Tierra”, con todo el tiempo para hacer lo que quisiéramos, excepto lo que más necesitábamos: vernos y tocarnos. 

La vida en mi caso ha cambiado radicalmente, pero soy uno más, no voy a aburrirles con mi historia, queridos lectores. En lo esencial todos somos muy parecidos, no conviene tomarse mucho en serio, aunque la ilusión de la diferenciación mueva la economía.

He grabado en casa una versión del tema “Naves que arden” de 091, subo el vídeo. Este tipo de cosas ha sido mi mindfulness particular en estos meses de fronteras domiciliarias. Hace unos días Spotify me decía que era la canción que más había escuchado en 2020. No es cierto, pero me alegro que el big data no tenga acceso a mis vicios analógicos, pues a causa de tanto tiempo en casa, el vinilo y los cds han sido protagonistas. La canción me conecta con algunas personas que hoy no están ya entre nosotros. Es uno de mis últimos pensamientos del año, inevitablemente.

Este año no me salía demasiado felicitar las fiestas, más allá de las devoluciones de cortesía. Estaba bien, tranquilo, pero sencillamente no me salía. 

Aprovecho ahora para escribir estas líneas y desearos un 2021 equilibrado. No feliz. Equilibrado. Hemos tenido un año demasiado lleno de mensajes almibarados, “resistirés” y demás, y en el último día del año vamos a dejarlo estar. 

La felicidad es un concepto abstruso. El auténtico bienestar viene de dentro hacia afuera. Hemos practicado suficiente este año a puerta cerrada como para saber que la felicidad no se desea, sino que se procura activamente. Y se procura día a día, no hipotecándose a futuro, pues el futuro nunca será el que esperábamos (“che sera, sera…what will be, will be…”). 

Así que para eliminar el riesgo de pensar que este año 2021 nos debe algo o cosas así, prefiero desear equilibrio. Pues como dice la letra de la canción “no sé qué nos espera después”, pero el equilibrio, seguro que sí, nos hará mejores. Equilibrio para estar bien, para que el mundo no nos derribe, y para que podamos volver a intentarlo una y otra vez. Ninguna tormenta duró más que una montaña.

 

Cuidaos mucho, y espero que en los próximos 365 días tengamos la oportunidad de vernos y abrazarnos sin necesidad de descodificar sonrisas. Y a ser posible, con música de por medio. A por el 2021, que sube en escalera.

 



domingo, 27 de diciembre de 2020

¿por qué a mí?

 



dentro del asesino

 

   Cuando desperté, esa bruma absurda seguía ahí. Dentro de mí, pese a que es difícil de explicar. A mi alrededor, en la habitación de la pensión (porque no sabía dónde me había despertado, pero definitivamente aquello no llegaba a hotel), los perfiles de las cosas en sfumato y los destellos argénteos pasaron pronto de curiosos a mareantes. Miré por la ventana y, a menos de dos metros, un muro naranja eléctrico me lanzaba sus ladrillos: proyectiles que hacían diana en mi hipotálamo. Y no, no era resaca...

   Todo me ocurre por esa extraña manía mía de meterme en la piel de mis personajes. Aquel dichoso cuento mínimo sobre el asesino no se acababa de perfilar. Salí en busca de inspiración o a perderme en la noche embriagadora. La mayoría de las veces es lo mismo. Creía que conocía todos los tugurios de la ciudad como la palma de mi mano hasta que la chica del pelo azul me puso sobre la pista del Club de Intercambio de Almas. 

   Pude acceder con la tarjeta escarlata que me había conseguido la chica. El local era una trasnochada reliquia de los ochenta con cortinas de terciopelo violeta. Tras unos cuantos tragos y la sensación de anodino ridículo me disponía a salir cuando aquel tipo, al asalto, me dijo que sabía que yo era escritor. "Yo soy el asesino. Sígueme. Te llevaré a un intercambiador privado".

   Y aquí estoy, en esta malhadada habitación de hostal barato. Sobre el escritorio, desvencijado, un manuscrito con mi letra que no recuerdo haber escrito:

   El asesino miró fríamente la cama desordenada, ordenando en su mente las piezas del puzzle que acababa de malograr. Bajó las escaleras, salió envarado a la calle, caminó contenido en silencio. Finalmente corrió. 

   Llegué corriendo a la casa, subí a plomo las escaleras, abrí agitado la puerta y alcancé en silencio la habitación. El asesino era yo.

   Quien me miraba desde el espejo del baño no era yo. Pero esa es otra historia. 


   (Microrrelato publicado en la edición digital de "Las Provincias" el 23/12/2020).