martes, 16 de agosto de 2016

universal mind


   Lo vi en la otra acera y él pareció no verme, pero yo sabía que si. Fue en la calle de las barcas de Valencia y salía él, con toda probabilidad, de la Pensión Universal. Digo con toda probabilidad porque hay cosas que se saben sin necesidad de conocerlas.
   La otra vez fue al revés. Me encontraba en uno de mis retiros espirituales en Madrid (¡qué raro tener que ir a Madrid para retirarse espiritualmente!), alojado en un humilde hostal de la calle Espoz y Mina. Me enteré el último día de mi estancia de que era mi vecino, el ocupante de la otra habitación que justificaba un angosto pasillo de lo que no hace tanto fue una casa señorial. Nuestras habitaciones daban a un patio de luces, por lo anodino, perfectamente poético. Nunca lo había hecho ni lo volveré a hacer. Ese último día me levanté tarde, porque el descanso también alimenta al espíritu y porque había llegado borracho la noche anterior, espoleado por el ruido de la limpieza del cuarto de enfrente. Al salir, la puerta de la recién limpiada habitación estaba abierta. No había rastro de alma humana y antes de que pudiera pensar siquiera por qué lo hacía, estaba dentro de la estancia. Encima de la mesita de noche una foto de él, como un personaje de Magritte, de espaldas, con bombín, retrato de fotomatón. Aura áurea.
   Me lo había cruzado en la librería, cuando compraba "La moneda viviente" de Pierre Klossowski dos días antes, y el día anterior en el Callejón del Gato, al lado del hostal, impasible ante su deformado reflejo, mientras yo volvía a intentar la fotografía definitiva sobre lo ilusorio, aún sabiendo que esos espejos no eran los que había inmortalizado Valle-Inclán. Y entonces supe que él sabía quien era yo. Hasta la noche anterior, cuando llegué, borracho, al hostal y se me heló la risa idiota en la puerta de la calle, sorprendido por una sombra, esperpento de un nosferatu que viniera a sorber mi alma. Y sólo después de salir de su cuarto, sólo entonces supe que era él.
   Sobre la mesita, también, estos versos:

haberse dicho todo y no tener
ya nada que callar
desprovistos
siquiera
del blanco velo del mutismo
cuando el silencio
es más elocuente que la verdad

   La duda paralizante: ¿acaso no había escrito yo algo parecido no hace tanto tiempo? ¿no eran mis versos? También hay un sudor frío que recorre la entraña de lo que nos conforma. Espero, querido lector, que no lo llegues a experimentar.
   Abandoné el hostal al día siguiente. Siguiendo un ritual personal, inspeccioné a fondo la habitación antes de salir y en el cajón superior del armario empotrado encontré una nota manuscrita con nerviosa, infantil caligrafía: "nada es más contrario al goce que la gratuidad". La utilicé de marca-páginas en el libro de Klossowski y en el tren de regreso descubrí la misma frase en el libro...


   Lo seguí por las calles de Valencia y casi lo pierdo en uno de los callejones del Carmen, el sol oculto por los ángulos imposibles que nuestro paseo había dibujado en el tortuoso callejero. Lo oí cantar unos versos de "Universal mind" de los Doors:

I was doing time in the universal mind
I was feeling fine
I was turning keys, I was setting people free
I was doing all right

   Al volver la esquina el otro se había ido pero la voz que cantaba la canción era la mía.




                                         


No hay comentarios:

Publicar un comentario